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Suspense "La Madrastra" de Núria Burguillos

  • Foto del escritor: lasbatasverdes
    lasbatasverdes
  • 1 oct 2014
  • 4 Min. de lectura

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LA MADRASTRA (Todos te miraron)



Cuando la ex de Jaime hace guardias en el hospital nos toca quedarnos con Jaimito dos o tres días seguidos; pero cuando las guardias de Jaime coinciden con las guardias de su ex, es a mí a quien le toca quedarse con él. Nunca he sabido muy bien qué hacer con los pequeñajos, pero Jaimito es una personita muy especial. Nació con un problema en la médula y aunque los médicos auguraban que nunca caminaría, él lo ha logrado a base de tesón y de fuerza de voluntad. No lo hace como el resto de los niños, claro, porque lleva unos aparatos ortopédicos y unas botas especiales, pero logra mantenerse en pie y dar algunos pasos sin apoyarse en nada, hasta que pierde el equilibrio y necesita cogerse a lo primero que ve.

Lo conocí con un añito y ahora ya tiene tres. Cuando nos quedamos solos me gusta llevarlo al parque, porque su padre lo protege tanto que cuando estamos los tres casi no salimos de casa. Yo me pongo de los nervios porque sé que al niño le encanta jugar al aire libre, disfrutar de la naturaleza y revolcarse por la arena, como a todos los niños de su edad. Pero Jaime no comparte mi opinión y si nos escapamos no se lo decimos porque armaría la de Dios.

Desde la casa hasta allí llevamos el carrito, pero cuando llegamos lo aparcamos a un lado y lo suelto en el arenal. Yo suelo llevarme un libro y mientras él disfruta de lo lindo, yo me abstraigo con alguna de mis lecturas. Mientras leo, me gusta oírlo gritar; se lo pasa bomba llenando el cubo de arena y tirándoselo por la cabeza. También me encanta verlo reír; a veces me pongo a mirarlo y me quedo embobada con él. Yo misma me sorprendo de mí; nunca antes me había quedado con la boca abierta admirando a un mocoso, y cuando Jaime me dijo que me tocaba cuidar del suyo no me hizo demasiada gracia, la verdad; lo cierto es que me veía más como una madrastra de cuento que como una dulce y amorosa niñera. Pero Jaimito me ha cautivado por muchas razones, sobre todo por su alegría y sus ganas de mejorar; para mí es ya todo un paradigma de superación de la adversidad.

Cuando llegamos a casa, lo meto en la bañera con el agua hasta los bordes y él juega un buen rato con los patitos de plástico y los barquitos del Pin y Pon. Deja el baño como si hubiera habido un maremoto, pero a mí no me importa porque sé que en el agua se encuentra como un pez. Pero lo que más me gusta es sacarlo de la bañera, envolverlo en su suave toalla azul con pececitos de colores y que me abrace entre risas, besos y cosquilleos.

Hoy no entiendo lo que ha pasado. Estaba como siempre en el arenal, al lado del tobogán; le gusta ponerse allí para reírse de los niños que caen de repente a su lado; recuerdo un día que le quité los aparatos y lo dejé subir. Sus carcajadas se oyeron en toda la manzana, cuando bajaba a toda velocidad. No lo puedo hacer todos los días porque sus padres no lo aprobarían, pero yo le prometí que otro día lo volveríamos a repetir. Todavía no me lo explico, no entiendo cómo ha podido ocurrir. Estaba absorta en la lectura cuando me he dado cuenta de que no escuchaba su voz. He levantado la vista del libro y no estaba en el arenal. Como es festivo había muchos niños a su alrededor, pero eso no me ha preocupado porque Jaimito es muy sociable y está acostumbrado a compartir con los demás. Como decía, cuando he mirado y he visto que no estaba donde siempre, lo he buscado al lado del cochecito azul, ese del muelle, que también le encanta y por eso lo subo todos los días, justo antes de regresar. Pero tampoco estaba. Entonces he empezado a ponerme nerviosa porque el niño nunca se aleja de mí. Me he levantado del banco y me he puesto a gritar: “Jaimitooooooooooo, Jaimitoooooo, ¿dónde estás?” De repente me doy cuenta de que todos me miran, pero a mí no me importaba porque estaba desesperada y no tenía más remedio que gritar. Entonces me doy cuenta de que el cubo y la pala seguían al lado del tobogán. Lo dejo todo tirado y me pongo a rebuscar entre los arbustos, como una loca. A veces hemos jugado al escondite, por eso pienso que estará esperando a que lo enc[truncado por WhatsApp]

30 de Sep, 14:34 - BV Nuri Burguillos: Lo dejo todo tirado y me pongo a rebuscar entre los arbustos, como una loca. A veces hemos jugado al escondite, por eso pienso que estará esperando a que lo encuentre. Pero nada, Jaimito no está.

Pero cuando me he hundido en el fondo de un pozo ha sido al percatarme de que el carrito también había desaparecido. He perdido totalmente el control: “Socorrooooooooooo, socorroooooooo, que alguien me ayude, por favooooor”. Todo el cuerpo me temblaba y me he puesto a llorar. No podía controlar mi llanto, sólo pensaba en que a mi niño le hubiera pasado algo. “Señora, ¿pero qué le pasa?” me ha dicho una mujer que había cerca de mí. “Que no está mi niño, ha desaparecido, estaba ahí, ahííiii”, le he dicho desesperada, con las palabras entrecortadas por la convulsiones y la ansiedad. Me he tirado al suelo de rodillas y me he tapado la cara con las manos, sin parar de repetir: “¡Pobrecito mi niñoooo, ayúdenme por favor, mi niño no puede andar, me lo han robado, mi niño no puede andarrr! ¡Por favor, que alguien llame a la policía, yo estaba leyendo y no me he dado cuenta de que se movía, por favor, que alguien me ayude a encontrarlo, por favooooor!”. Cuando estaba al borde de la histeria he oído un gritito, de esos que Jaimito emite cuando se lo está pasando bien. He girado la cabeza y ahí estaba mi niño, paseando en su carrito a un caniche diminuto, que ladraba como un poseso al tiempo que movía, alegre, su rabito…


Núria Burguillos.

 
 
 

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