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▲Micro-Relato "Las Hermanas"▲ "Hermanas" de María Alvarez

  • Foto del escritor: lasbatasverdes
    lasbatasverdes
  • 12 nov 2014
  • 3 Min. de lectura


HERMANAS Carlota, sentada en el borde de la cama de Paula, cerró el cuento de la Bella Durmiente y, como cada noche, se quedó mirándola. Le gustaba recorrer su cara con la mirada, sus cabellos rubios y ensortijados, sus ojos almendrados, su piel blanca. Era tan bonita, se sentía tan orgullosa de aquella niña que ella había creado. Tenía pocos momentos para disfrutarla así, de aquella manera tranquila y sosegada. Les actividades cotidianas, las reuniones laborales, la conducta “hiperactiva” de Paula, le espetó un día la pediatra, así sin más, hacían imposible mirarse así con aquella calma. Pensaba en qué estaría soñando su niña…. La sobresaltó el timbre. A aquellas horas…. ¿Quién sería? Ella no esperaba a nadie, hacía tiempo que ya no esperaba a nadie… Descolgó el interfono. “¿Elvira? Si te abro”. Su hermana, a aquellas horas… Elvira entró en el pequeño apartamento de Carlota. Tenía el aspecto descuidado, vestía un viejo chándal, iba despeinada. Arrastraba una pequeña maleta, que presagiaba que nada bueno iba a suceder. Se sentaron en el sofá y Elvira empezó a hablar atropelladamente, “me he ido, sí Carlota no aguanto más”. Se levantó, se puso un wiski, encendió un cigarro y volvió a sentarse al lado de su hermana pequeña. “Le he dicho a Jaime que me voy, no aguanto más, está ciudad pequeña me agobia, está niebla permanente que me quita identidad,… no!! No puedo seguir, mira los niños dormían, Jaime ya se lo explicará cuando se despierten, me voy a buscar el sol, el mar, la luz…, después ya veré qué hago”. Carlota la escuchaba sin entender muy bien lo que decía, pensó en Jaime, sí Jaime..., la embargó la nostalgia, sí ella lo había conocido primero, lo había amado primero. Se preguntaba ¿cómo había sido, que Elvira se lo hubiese quitado? Ella que lo había amado tanto, que lo había buscado en tantos cuerpos equivocadamente, que lo amaba aún. “Mira me voy de noche, para no ver a los niños, porque Carlota, no aguanto más….”, seguía explicando Elvira. Carlota ya no la oía, miraba sus gestos exagerados, las arrugas de su cara, pero no la escuchaba. Pensaba que aquellas arrugas también le pertenecían. Aquellas arrugas eran la huella de la vida, un vida juntas, inseparables, confidentes, hasta que Elvira, la mayor, la hippie, la libre, se fue a trabajar a Londres, dejándola, abandonándola. Habían estado tan unidas. Carlota recordaba las carreras infantiles por el corredor del caserío de la abuela, mientras esperaban la leche migada para merendar; sus veranos en la casa de la sierra granadina, cuando subían a la terraza a mirar las estrellas y a escuchar a aquel cantante de voz ronca que tanto les gustaba; cuando heredaba vestidos, zapatos, chaquetas y aquella bata verde que su madre zurcía para que pareciese nueva; y después Jaime… De repente, Elvira se levantó. Dijo que estaba cansada, que dormiría en la habitación del fondo del pasillo, y sin esperar respuesta de su hermana, desapareció. Carlota se acostó aquella noche pensando en Jaime, en aquella historia que tanto le pesaba, aquella historia secreta, clandestina. Ya no iba a las celebraciones familiares para no verlo, para no encontrárselo, para no reafirmar que había preferido a su hermana. Solo se veían en Navidad, porque ella no tenía excusa posible. El día de Navidad se encontraban, él esperaba a entrar el último, después de Elvira y los niños, esperaba también a saludarla la última. Se le acercaba, se miraban, la abrazaba con aquellos brazos fuertes. Ella sentía su olor, su cuerpo, su voz, aquellos labios en su mejilla la abrasaban, se sentía transportada a otro lugar, a un espacio sin espacio y a un tiempo sin tiempo, hasta que la voz de Leonor, su madre, la devolvía a la realidad. Les pedía que entrasen en el comedor. Carlota buscaba el lugar más alejado, más oculto a la mirada de Jaime, aquella mirada que la hacía desfallecer. La alarma del móvil la despertó. Se levantó. No recordaba si había dormido, sólo se sentía confusa, cansada.., fue hacia la cocina pensando que un buen café, le sentaría bien. Vio una nota encima de la mesa. Elvira pensó… sí era ella, le daba las gracias y le decía que iba a buscar el mar, que ya tendría noticias suyas. Cogió la taza del café entre las manos y volvió a la habitación. No lo dudó, marco un número en el teléfono. ¿Jaime?. Maria Alvarez



 
 
 

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