"Se dejó llevar" de Núria Burguillos
- lasbatasverdes
- 22 ago 2014
- 2 Min. de lectura
SE DEJÓ LLEVAR, por Núria Burguillos La luz del crepúsculo se apaga y se acerca el momento de abandonar la sala, pero algo en ella se resiste a salir de allí. Miles de libros y de documentos habitan la noble estancia desde hace siglos y la joven anhela dormir a su abrigo, aspirar el aroma de su piel, pasar una noche a solas con los manuscritos de ese papel amarillento, impregnado de conocimiento y de saber. Minutos después, los estudiosos -cansados ya- inician su lenta y tranquila retirada; todos menos ella que, temblorosa -aunque aparentemente tranquila- merodea por las estanterías con paso remolón. Ignora su faceta osada y temeraria, pero sus ojos examinan la estancia, furtivamente, en busca de un escondite. Desde la cuna era una niña ejemplar: comía bien y dormía como un angelito. Además, era risueña y hacía todas las gracias de papá y mamá. En el colegio no era la más lista, ni la más empollona, pero jamás suspendía, y las profesoras la adoraban por su amabilidad, su educación exquisita y su responsabilidad. Además, era sociable y tenía muchas amigas con las que le gustaba jugar. Los chicos la admiraban, por su simpatía y su carácter jovial y, aunque no era una chica remilgada, no se dejaba influenciar. Encontró al chico de sus sueños y, a pesar del enfado de sus padres, se lanzó a sus brazos por el sendero del amor, y del sexo, quizás... Hasta que, un día, él le propuso lanzarse por una montaña rusa y ella le dijo que no. Más tarde, reflexionó mucho sobre aquello y supo que había acertado en su decisión. Cuando las niñas de su grupo empezaron a fumar, ella –como todas- lo intentó, pero no le gustó nada de nada, ni el sabor, ni la sensación. Nunca más lo quiso probar, muy a su pesar, porque le atraía sobremanera aquella imagen de sus amigas, cuando agarraban el cigarrillo entre los dedos y exhalaban el humo hacia el cielo, a la vez que se apartaban la melena con las manos… Pero no se dejaba llevar por las modas, ni le gustaba vivir bajo el yugo de las normas que impone la sociedad. Le encantaba tomar sus propias decisiones, por eso estudió lenguas muertas, en lugar de vivas, aunque todo el mundo la criticó. Pero ella siguió su camino, directa a su vocación. Ahora, la noche cae intensa sobre el valle, y el claro de la luna ilumina su rostro, que duerme apaciblemente en el suelo de la Biblioteca, entre Códices y Cantorales, con Berceo y San Millán. No ha podido evitarlo, se ha saltado todas las normas habidas y por haber. Mañana, cuando despierte, o cuando la descubran, no sabrá qué decir, ni cómo actuar. A lo mejor la detienen, o la sancionan, o no la dejan entrar nunca más. ¡Ese sí que sería un castigo horroroso, la peor condena que le podría caer! Si lo hubiera pensado, seguro que se reprime, pero no lo pensó, se dejó llevar por la vida, por el amor, por la pasión, o por ella misma, quizás... Núria Burguillos
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