"Susurros" de Rosario Rodriguez
- lasbatasverdes
- 11 ago 2014
- 3 Min. de lectura

SUSURROS
Por fin cesó el canto monótono de las cigarras. Hoy ha sido el día mas caluroso del verano en la comarca Ampurdanesa. Empieza a correr una brisa que invita a salir del caserón y eso hago. Casi sin darme cuenta he dejado el pueblo muy atrás y me encuentro deambulando entre tierras de labor y bosquecillos de pinos y encinas. Solo se oye el canto de algún que otro pájaro y el fragor de la maleza bajo mis pies. Estoy tan ensimismada en mis pensamientos que no me doy cuenta de que se ha terminado el camino. Delante de mi aparece una masía ruinosa. Tiene toda la pinta de estar abandonada. Es una pena, debió de ser una buena casa en sus tiempos. Un olivo de porte majestuoso es el único guardián de las ruinas. Dicen que si abrazas a un árbol centenario te transmite parte de su energía. Es tan grande que mis brazos no pueden abarcarlo, cierro los ojos y apoyo mi mejilla en la corteza irregular. Dejo que mis sentidos se fundan en su energía hasta que me envuelve un susurro casi imperceptible al principio. Es como si el viejo olivo quisiera transmitirme su sabiduría. Hola amiga gracias por venir a hacerme compañía. Como habrás visto, soy un olivo centenario… bueno tengo ciento cincuenta años. Me plantaron en 1864, justo el día en que nació el primogénito de la familia Matéu. Pasqual le pusieron, como a todos los primogénitos de la familia Matéu. Durante todo este tiempo he visto de todo, ten en cuenta que por aquí han pasado seis generaciones de Matéus. Tiempos felices cuando celebraban la bonanza de las cosechas, las bodas, los bautizos… ¡Cuánta alegría! Esos días desempolvaban la xirimia, el flabiol y el tamboril y los bailes duraban hasta el amanecer. Venían gentes de toda la comarca y para todos había queso, pan, butifarra y vino de las viñas del señor Matéu. También hubo días muy tristes y trágicos como aquella vez que se oyeron gritos y pasos apresurados de botas en el zaguán de la casa. Sacaron en volandas al señor Matéu y sin más preámbulo lo fusilaron porque les había llegado el chivatazo de que era rojo. Dos meses después otros gritos, otros pasos de botas y esta vez sacaban en volandas al hijo del difunto señor Matéu Y sin más preámbulo lo fusilaban porque estaba en el seminario e iba para cura. A partir de entonces la vida en la masía se hizo más gris y mas monótona, los jóvenes huyeron en cuanto pudieron, algunos a Girona, otros Los pueblos grandes de la comarca y hasta alguno se fue a probar fortuna a Alemania. Pero yo sigo aquí fiel guardián de la memoria de estas tierras, dispuesto siempre a susurrar su historia al oído de todo aquel que quiera escucharme. El resplandor de la luna llena recorta la silueta del majestuoso olivo contra un cielo cuajado de estrellas. Los grillos rompen el silencio de la noche interpretando una interminable canción. Me alejo hacia el pueblo embriagada por los aromas de la noche Ampurdanesa. Es el momento de tomar una gran decisión. Mañana iré al registro, tengo que informarme de quien es el propietario de esta finca… Ha pasado un año, la negociación ha sido ardua, pero conseguí ponerme de acuerdo con los herederos y por fin hoy he formalizado la compra. Muchos me han tildado de loca ¿a quién se le ocurre comprar una masía en ruinas? Yo me rio para mis adentros, pobres ignorantes. El sol se escapa tras el bosquecillo, los pájaros callan sus trinos y yo me dispongo a escuchar el susurro del olivo que cual Sherezade, ameniza noche tras noche con sus historias mi dulce soledad.
Rosario Rodríguez
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